miércoles, 25 de agosto de 2010

Haciendo balance.

"No one to blame, I know time flies so quickly"

Parece como si cada órgano de mi cuerpo hubiese echado raíces en el monte. Cada día me iba enganchando un poco más a la sierra, porque en el fondo sé que una mínima parte de mi sangre es maña y tira al campo. No podría haber elegido peor el destino para olvidar esto. Barcelona es todo lo contrario a la vida aquí. Nada es seguro, incluso las amistades. En el pueblo, todos estamos de paso, nadie se aferra a nada y en eso consiste la felicidad. Por el contrario, la ciudad parece un seguro de estabilidad, como si el tiempo no pasase, y tendemos a caer en el error de hacer planes a largo plazo.

Me alegro de haber vivido lo que he vivido estos días, de no haber planeado hasta el último segundo y haberme acercado más a gente que merece el llanto que viene cuando el final del verano se hace inminente. Me sigue haciendo palpitar fuerte el solo pensamiento de aquellos días, o aquellas noches de charlas con el chico reencontrado, que sé perfectamente que no leerá esto, pero le quiero decir que le agradezco que me prestase atención y pese que hemos perdido contacto, espero encontrármelo algún día por la calle Tallers y que me vuelva a pasar por la cara lo bien que se lo pasó en Londres. También debo nombrar a ese pequeño grupito que se dejó la piel en preparar las fiestas del Little Valley, que triunfaron por sus tests de calidad. No sé bien como expresar lo que me llegué a reír, oyéndoles contar las anécdotas de años anteriores. Las fiestas, las noches de poco sueño, las canciones que año tras año me han hecho saltar, el corazón a ocho mil por hora con nuestras coreografías imposibles, la noche del diluvio universal en las escuelas, riéndome a cada paso que daba porque esas noches, con unos litros de más, los hombres tendían a la transexualidad (guiño). El último día de fiestas, esperando en silencio el amanecer, enmedio de una bola humana buscando el calor en un banco demasiado pequeño para abarcar lo bien que estábamos en ese momento.

Si aquél día de San Lorenzo hubiésemos hecho caso a los que decían que era la lluvia de estrellas nunca me lo habría pasado tan bien como me lo pasé, ocupando hasta el último rincón del comedor de casa de Dani, viendo películas, oyendo ronronear al gato grande con coleta que tenia tras de mí y sacando de un capítulo de Chicho Terremoto una de las frases célebres de este año: agur, yogurt. A la noche siguiente, la excursión a los depósitos cuando supuestamente era la lluvia de estrellas que no fue, acabó por ser uno de los días que más reí. Solamente necesité tres personas en un banco para retorcerme de la risa. Fue allí también cuando me di cuenta de que hemos cambiado, que las conversaciones no son las mismas y que no hace falta mucha gente para sentirse bien, tan solo un motivo para hablar y alguien que tergiverse el sentido de todo lo que dices. Ya no somos los de antes, y aunque hablemos menos, aquél que le cambiaba el significado a mis palabras para que sonasen obscenas sigue siendo una de las personas con las que mejor me lo paso.

Días después se fue la que había sido mi compañía durante 15 días y 15 noches, dejándome un rastro de bolitas de anís, unas cuantas fotos y un agujero en mi rutina. Al día siguiente, cuando la noche parecía llegar a su fin, la rubia que, aunque no lo sepa, siempre hace que me sienta querida, me salvó del aburrimiento haciendo que, por cansado que estuviese, mi tío me hiciese el gran favor de llevarme a Frías. Debo decir que, sin saber cómo, la noche se me hizo asombrosamente larga, no dejé que mis pies parasen un segundo escuchando los ‘Moby Dick’, y recorrí el pueblo encontrándome a cada dos pasos un nuevo motivo para saltar o reírme.

Después de todo eso, vino la calma: volví a reencontrarme con el pequeñajo que cada vez me da más motivos para echarle de menos y se fue convirtiendo poco a poco en mi confesor. Esas noches cerca del cementerio comprendí que cuando hay frío, se olvidan los tabús y no hay nadie malo para hacer de almohada, o de manta (esto es una clara referencia a aquél que fue mi tormento durante unos días). He crecido, las cosas ya no son como eran, y cada vez se torna todo más enrevesado. Incluso gente con la que no tenía relación alguna, este año me ha costado horrores decirles un adiós, o mejor dicho, un ‘hasta otra’. No obstante, se puede vivir con todo ello y seguir pasándoselo bien, con pequeñas escapadas al río, noches eternas jugando al Buzz, recordando la infancia, cantando, comiendo y bebiendo litros de Quelly cola, naranja o limón.

Este año puedo presumir de haber mejorado algo en los partidos de frontón que no terminan nunca, menos aún si ‘alguien’ intenta hablar catalán, hace ruidos que te ponen de los nervios o pretende rimar todo lo que dices, cosa que me dejó la extraña sensación de que todo lo que pasa en el pueblo se acaba olvidando. Y no sé cómo tomarme la despedida . Me ha quedado algo por hacer, y no logro adivinar el qué. Este año, me dejo parte de mí en el monte, soy más que consciente. Tendré que esperar un año para reencontrarme con mi ruralidad, y sentirme en casa cada vez que miro por la ventana y veo montaña. Lamento sobremanera que esto sea efímero, y sólo ocurra una vez al año.

Sadie.

PD: Y seguramente me deje muchas cosas...

1 comentario:

  1. Absolutamente sublime.

    He disfrutado plenamente la lectura de todas y cada una de las frases que contiene esta entrada del blog, porque me siento identificado en todas esas sensaciones que describes.

    Es lo bonito que tiene este pueblo y sus gentes, que te hace experimentar una abanico interminable de sensaciones de todo tipo. Alegría por reencontrar a tantos seres importantes para nosotros, y tristeza por tener que esperar hasta el siguiente año, cuando el verano termina y cada oveja vuelve a su redil.

    En cuanto a lo que mencionas de que te ha quedado algo por hacer, es más que evidente:
    NO PUEDES FALTAR A LA CITA DEL PRÓXIMO REENCUENTRO CUANDO LLEGUE DE NUEVO EL VERANO.

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