martes, 29 de marzo de 2011

A tus 22, 21 dicen que aparentas.

Lucha, gigante, lucha. Lucha contra el mar, contra las montañas, contra las nubes y contra todo aquél que te ponga trabas. Déjate la barba larga, no te cortes nunca el pelo, crece hasta que el mundo sea demasiado pequeño para ti. Lucha y crece, gigante. Sonríe de forma que hasta al ser más miserable se le esponje el corazón y que yo tenga motivos para hacer que el Sol rebote en mis dientes. Coge tu bolígrafo mágico e ilumina las libretas abandonadas que rezan que las encuentres y cambies su destino. Sonríe y escribe, gigante. Deja tu alma volar para que llene cada espacio del mundo y todos conozcan el prodigio que eres. Ama a todo aquél que te apetezca, porque cada amor es único y se han de vivir todos y cada uno de ellos. Vuela y ama, gigante.

Mírate, cómo has cambiado, te reconozco por la mirada. Has mejorado, ya sabes hablar, ya sabes mantener vivo lo que quieres y apenas pierdes el equilibrio cuando el maestro de ceremonias te azuza con su fusta para que pases rápido por el aro de fuego. Dejaste a un lado tu vocación de trapecista, y ahora te dedicas a avanzar, lento, lento, alegando que las prisas marean, y el público tiene la eternidad para admirar tu espectáculo.

Tú, que eras pequeña promesa, estás haciendo del lápiz tu pincel, tu espada, tu altavoz. Ojiplática admito lo bueno que eres perturbando mi sensibilidad con cada renglón que aparece, ante mi sorpresa, repleto de palabras con más sentido que cualquiera de las canciones que me hacen chillar de felicidad.

Tu coraza yace junto a todo aquello que te pesaba antes, las inseguridades, las desconfianzas y el silencio por el que te creía perdido. Bohemio de ti, ahora flotas sobre todos los errores, inerte, dejando que el corazón te guie, pero anteponiendo la serenidad a los instintos animales que acechan a cualquier humano con sangre en las venas.

Señor de nadie, rey de ningún lugar, nacido en la nada; deja de una maldita vez de crecer, que, del mismo modo que la poción empequeñecía a Alicia en su país de las maravillas, cada vez que veo que tus palabras están a años luz de mi madurez, me siento diminuta.

Es raro ver cómo de ese silencio que parecía congelar los años no queda ya ni rastro, y las puertas se abren cada vez más de par en par, para que ni el uno ni el otro pueda cerrarlas de nuevo. Estas palabras no son más que un canto al renacimiento de la confianza entre nosotros que había dado por perdida, hasta aquel día en que las palabras volaron por la habitación e hicieron trizas ese muro que nosotros habíamos construido a base de conversaciones inexistentes, mudas o faltas de un significado pleno.

No pretendo buscarle un final a esta oda a tus 22, o removerte las tripas con la constante tensión del qué pondrá en la siguiente línea. Me sorprende que lo que pretendía ser una minúscula felicitación, se haya convertido en este osado intento de ensuciar una hoja con palabras que llevan fijadas a golpe de cincel un mensaje colosal: te admiro, pequeño desastre animal.

Sadie.

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